viernes, 13 de febrero de 2009

ENERO - FEBRERO

Un día de enero él empezó de nuevo. Ya estaba acostumbrado, pero, al bajar la escalera, se dio cuenta de la realidad fuera de su edredón de su café y de su ducha: hacía demasiado frío para volver a empezar.

Aún así lo intentó, procuró que la alegría no decayera e intentó desgranar la jornada de la forma que no se le daba siempre, pero que mejor consideraba: un poco de risa tonta por todo, una sonrisa para las cosas raras y una mueca fea por detrás para aquellos que le intentaban tirar abajo lo simple pero bonito de su empeño. Estos, los que merecían la mueca fea, probablemente no sabrían nada de su táctica secreta de supervivencia pero es verdad que a veces lograban estropeársela.

Así pasaron unos días y, como siempre, siempre vino el día malo. Ese día se esforzó por dejarlo pasar. Esas cosas: las agarras por un momento y dices “uf, no me gustan” así que las dejas marcharse por el sendero que prefieran, por darles la mejor oportunidad.

Pasaron más días. La cosa no iba mal, pero el frío seguía complicando las cosas. El frío, el gris, los coches que pasan siempre con las mismas prisas,... Y sí, como siempre, había cosas que también lo ayudaban. Las mañanas en las que se liaba a hablar con su compañero de guerras y rutinas. Alguna peli que vio por casualidad o algún atardecer un poco diferente de otros tantos invernales.

Siguieron pasando, los días, y él lo siguió intentando.

El camino no era hacia ninguna parte, pero tenía sólo una única obsesión: asomarse a la primavera como quien se asoma a un balcón con miedo a las alturas.

La primavera le contaría su propio camino, y él ya no tendría que preocuparse más por el frío. El plan de supervivencia sería entonces ya sólo un plan.