martes, 8 de diciembre de 2009

OTROS/ESTOS TIEMPOS

Eran otros tiempos... Por los viejos tiempos...

Entre la vorágine de un año dudosamente bueno, me rendí a la falta de todo. A la falta de ganas, de ideas claras, a la ausencia de las emociones que me arañaban la piel y a la presencia de emociones de poliuretano prefabricadas. Ahí dejé un poco todo: la calma, la impaciencia y las certezas.
No me tocó otra cosa que sentarme en una roca y esperar. La imagen puede ser la de "El viejo y el mar" mientras pesca o la del viejo simplemente, puro en mano y sentado en su banco, -qué estampa palmera, mi madre!- solo que, hoy en día, y en ciudades como esta, esperar nos atormenta. Porque hay mucho por hacer, muchos deberes sin terminar y muchos gritos que echarle a los presentes, al público: sigo aquí, sigo teniendo intereses, sigo sigo sigo, y si no sigo, por lo menos disimulo. Sí, sí, tarea imposible esa de esperar en el siglo XXI. Quizás para otros, en otras etapas de la vida... a mí me ha tocado tener que esperar corriendo, yendo de un lado para otro; y esperar. Esperar haciendo cosas, esperar descansando.

Y ahí sigo. Espero, sin más. Sólo que ahora ya me he acostumbrado un poquito. El tiempo... estos tiempos... Ya vendrán otros.
Algo habré aprendido, ¿no? Claro que sí, un montón de cosas buenas, de gente buena. Cómo no va a ser buena la gente que me rodea, coño. Si han estado ahí durante años. Qué gusto, tener compañeros de viaje así de versátiles. Quizás el último año he estado un poco sola, pero los compañeros de viaje al fin y al cabo siguen siendo los mismos. Algunos también nuevos. Creo que, gracias a ellos, todo ha pasado. Sigo fumándome un puro debajo de un banco (a lo Sarita Montiel), o esperando que llegue un buen pez a mi barca (metáfora mucho más fina).
Pero ya no es lo mismo. Uno se siente mejor.

Me quedo contenta con estar tirada en casa. ¿Esperar? Siempre he sido una ansiosa, pero ahora sí que sé esperar. Aunque nadie me haya enseñado, he tenido buenos compañeros de viaje.

Me alegro de poder volver a escribir. Y me alegro de quererlo hacer todavía. Eso significa que hay una siguiente parada... la próxima estación...

viernes, 13 de febrero de 2009

ENERO - FEBRERO

Un día de enero él empezó de nuevo. Ya estaba acostumbrado, pero, al bajar la escalera, se dio cuenta de la realidad fuera de su edredón de su café y de su ducha: hacía demasiado frío para volver a empezar.

Aún así lo intentó, procuró que la alegría no decayera e intentó desgranar la jornada de la forma que no se le daba siempre, pero que mejor consideraba: un poco de risa tonta por todo, una sonrisa para las cosas raras y una mueca fea por detrás para aquellos que le intentaban tirar abajo lo simple pero bonito de su empeño. Estos, los que merecían la mueca fea, probablemente no sabrían nada de su táctica secreta de supervivencia pero es verdad que a veces lograban estropeársela.

Así pasaron unos días y, como siempre, siempre vino el día malo. Ese día se esforzó por dejarlo pasar. Esas cosas: las agarras por un momento y dices “uf, no me gustan” así que las dejas marcharse por el sendero que prefieran, por darles la mejor oportunidad.

Pasaron más días. La cosa no iba mal, pero el frío seguía complicando las cosas. El frío, el gris, los coches que pasan siempre con las mismas prisas,... Y sí, como siempre, había cosas que también lo ayudaban. Las mañanas en las que se liaba a hablar con su compañero de guerras y rutinas. Alguna peli que vio por casualidad o algún atardecer un poco diferente de otros tantos invernales.

Siguieron pasando, los días, y él lo siguió intentando.

El camino no era hacia ninguna parte, pero tenía sólo una única obsesión: asomarse a la primavera como quien se asoma a un balcón con miedo a las alturas.

La primavera le contaría su propio camino, y él ya no tendría que preocuparse más por el frío. El plan de supervivencia sería entonces ya sólo un plan.